Gracias, en gran parte, a una profesora de instituto, la poesía para mí ha bailado siempre entre lo “ñoño” y el “sinsentido”. No digo que no haya casos en los que siga pareciéndome así, pero me alegra ser consciente de lo mucho que se puede disfrutar de un poema o de unos versos.
Creo que durante mi corta vida lectora, por gustos u apetencias, me he centrado demasiado en un solo género literario. Por eso, ¿qué mejor día, que el Día Mundial de la Poesía, para hablaros de los descubrimientos más bonitos de este año?

El que dura un cafè de Marc Monzó me parece, sin duda, un espejo íntimo y real de toda experiencia amorosa. En él, el término “poesía” no equivale a “incomprensión” o “complejidad del lenguaje”. Es un poemario donde poder apreciar claramente la belleza de la brevedad. A veces, leer algo sencillo es justo lo que necesitamos.
Acabé por declararme fan de la poesía con D’aquest breu somni de Laura Martín Ortiz. Sinceramente, es de admirar la forma que tiene de escribir sobre la naturaleza, el tiempo o el amor. Y diría que es justo ahí donde reside el secreto mejor guardado de la poesía: la capacidad de hacer con los temas triviales, algo único e irrepetible. Además es perfecta para solucionar un bloqueo lector o leer en la parada de autobús.

Te invito de corazón a que descubras en la poesía un diccionario al que recurrir cuando estés buscando la palabra perfecta. Una palabra que encaje en ese «qué decir y cómo decirlo». Alguien, seguramente, la habrá encontrado por ti.



